Menopausia, transición fisiológica de las mujeres. ¿Se ha medicalizado?
La menopausia es definida por varios autores como un conjunto de cambios fisiológicos que ocurren en el cuerpo de las mujeres, que usualmente tiene lugar entre los cuarenta y cinco y los cincuenta años. Entre dichos cambios, el más importante es la ausencia de menstruaciones durante al menos un año ininterrumpido, sin necesidad de confirmación por medio de exámenes de laboratorio; o bien, durante al menos seis meses asociado a un valor en sangre de hormona folículo estimulante (FSH) mayor de 40 UI/ml (unidades internacionales por mililitro de sangre) (Álvarez-García y Labandeira Martínez. 2010). También se habla de menopausia precoz, cuando ésta ocurre en mujeres antes de los cuarenta y cinco años, mientras que la tardía es la considerada como de inicio pasados los cincuenta y cinco (OMS, 1996). Paralelamente, lo que se conoce como climaterio es el tiempo durante el cual se pasa de la vida reproductiva a la no reproductiva: esto ocurre entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y nueve años de edad; este proceso inicia unos años antes de la menopausia (perimenopausia) y se extiende unos años después de la misma (posmenopausia) (Capote Bueno y Segredo Pérez, ).
Éste concepto, desarrollado desde el paradigma biomédico, predominantemente biológico, acentúa lo que se denomina “medicalización” de algunas etapas naturales en la vida de las mujeres, especialmente la menopausia (Capote Bueno y Segredo Pérez, 2011). La cual no debe ser considerada solamente como una mera “transición” biológica que acompaña al climaterio, sino como una compleja etapa fundamental para las mujeres, que además de involucrar cambios en los ámbitos sexual, emocional, psicológico y afectivo; es vivida de manera particular por cada una de ellas, con mayor o menor intensidad, y que partiendo de un mismo fenómeno biológico y hormonal involucra vivencias únicas para cada mujer.
En el aspecto fisiológico, se ha reconocido que los cambios experimentados por las mujeres durante esta etapa de sus vidas se manifiestan por una gran variedad de síntomas, atribuidos en su mayoría a la deficiencia de estrógenos debido a una disfunción en la producción hormonal ovárica, la cual es progresiva y caracteriza, desde un punto de vista biológico, a esta etapa de la vida femenina. Esta deficiencia hormonal, se traduce en bochornos, sudoración y sofocos, cambios en el estado de ánimo y en el deseo sexual, resequedad y alteraciones de la lubricación de los genitales, así como predisposición a sufrir de enfermedades como la osteoporosis y la enfermedad coronaria (Álvarez-García y Labandeira Martínez. 2010). Además, se suman ciertas condiciones de salud que son frecuentes en las mujeres a medida que se avanza en edad, como las enfermedades reumatológicas, el déficit de vitamina D, los diversos tipos de cáncer ginecológico, las alteraciones en la mecánica del piso pélvico que conlleva a situaciones como los prolapsos de órganos pélvicos y la incontinencia urinaria de esfuerzo, entre otras patologías. (Valls Llobet y Banqué. ).
Así, estos cambios biológicos y psicológicos modifican a su vez la configuración corporal influyendo en gran medida en que las mujeres se sientan menos deseadas por sus parejas, situación que es reforzada aún más en una sociedad machista y androcéntrica, donde por sus creencias se le impone a la mujer el que debe “cumplir” con ciertos paradigmas como son: el ser objeto de placer, ser madre y ser cuidadora de un hogar; dejando incluso de lado proyectos y realizaciones personales. Estas consecuencias de las modificaciones en la configuración corporal, aumentan el riesgo de presentar trastornos del ánimo en las mujeres posmenopáusicas, traduciéndose todos estos efectos en una pérdida de la autoestima y del deseo sexual (et al., 2002, p. ).
Al respecto, se ha evidenciado incluso que aproximadamente la mitad de las mujeres sexualmente activas, desde los cuarenta a los sesenta años de edad padecen disfunciones sexuales, cuya frecuencia tiende a aumentar con la edad; entre ellas, se encuentra la dispareunia (relaciones sexuales dolorosas); condición que ha sido utilizada por la industria farmacéutica para poner a disposición de las mujeres un variado mercado de lubricantes genitales de varios tipos, terapias hormonales a base de estrógenos tanto de consumo oral como tópico, entre otras ofertas para “aliviar” esta condición. A propósito, se ha documentado en diversos estudios cómo las mujeres no usuarias de la terapia de reemplazo hormonal (práctica introducida desde inicios de los 90 como una estrategia de prevención de la osteoporosis posmenopáusica y del envejecimiento) o con histerectomía previa están en mayor riesgo de presentar disfunciones sexuales; y que factores como la edad, el deterioro de la salud y el uso de medicamentos por mucho tiempo para diversas enfermedades como la diabetes mellitus, la hipertensión arterial, entre otras patologías, pueden afectar aún más su sexualidad (Blümel, Araya, et al., 2002).
De acuerdo a lo anterior, se ha determinado que las mujeres entre los cuarenta y cinco y los sesenta y cuatro años, que han hecho uso prolongado de diversas formas de terapia de reemplazo hormonal (por ejemplo píldoras a base de estrógenos y progestágenos), podrían beneficiarse con la mejoría en la lubricación genital, el control de la dispareunia e incluso orgasmos de mejor calidad, que conllevan a incrementar la satisfacción, la excitación y, en general, el deseo sexual (Blumel, Bravo, Recavarren, & Sarrá, 2003). Pero estos efectos se han valorado desde el punto de vista de la medicalización de la sexualidad femenina sin tener en cuenta la salud integral de las mujeres, por cuanto ciertas recomendaciones que surgen a partir de sociedades de menopausia, médicos, ginecólogos y expertos clínicos en el tema, minimizan la ya demostrada y reconocida relación causal existente entre el uso prolongado de la terapia hormonal substitutiva y el desarrollo de enfermedad cardiovascular y cáncer de mama. Es por esto que se han descrito incluso alternativas no hormonales como el láser de reestructuración vaginal, el cual se ha postulado recientemente como una opción para mejorar los síntomas genitales mediante un manejo local (según el criterio de elegibidad de cada paciente mediante una orientación individualizada por el ginecólogo), dado que se ha encontrado que el Síndrome urogenital de la menopausia (término más reciente para referirse a la atrofia vaginal) solo mejora en un 40% cuando se utilizan únicamente terapias sistémicas (Levancini A Marco & Gambacciani Marco, 2015).
En este sentido, podríamos decir que la salud de las mujeres ha sido poco investigada desde una perspectiva bio-psico-social que permita comprender de manera integral las implicaciones que para ellas tiene la enfermedad en sus ámbitos fisiológico, psicológico y social. Así, cada vez es más frecuente descubrir en la literatura científica publicaciones de múltiples estudios que, si bien han posibilitado el entendimiento de los factores biológicos que influyen en el proceso salud-enfermedad, carecen de una visión integral desde las dimensiones bio-psico-social; las cuales han sido descritas (incluso desde reconocidas teorías en salud pública como la de los determinantes sociales de la salud) como fundamentales para comprender las circunstancias que influyen en la salud de los seres humanos, la cual no se concibe únicamente como la ausencia de enfermedad. En este sentido, la menopausia, con poca frecuencia suele abordarse pensando de manera objetiva en las amplias necesidades personales, psicológicas y sociales de las mujeres durante la edad del climaterio y no únicamente desde lo fisiológico, biológico o sexual.
De esta manera, autores como Valls-Llobet (2008) y Capote (2011) han evidenciado cómo la salud física y mental de las mujeres no ha sido adecuadamente abordada desde la investigación y el desarrollo biomédico por la medicina tradicional, lo que ha llevado a que procesos naturales y fisiológicos que no representan enfermedad, como la menopausia o los trastornos de la menstruación, sean excesivamente “medicalizados” tanto por la medicina tradicional como por diversas formas de medicina alternativa como la homeopática, con la publicación de trabajos científicos cuyos resultados suelen ser interpretados desde una perspectiva positivista, donde se demuestran como efectivos (y con mayor o menor grado de efectos secundarios) a nuevos tratamientos, píldoras, cremas, infusiones, todo tipo de terapias incluyendo las de reemplazo hormonal, remedios “naturistas” y “caseros” entre otras propuestas mercantiles, para “controlar” o “aliviar” los molestos síntomas vasomotores (bochornos, sofocos, dolor de cabeza, etc.) y sexuales de los que se quejan las pacientes que afrontan la menopausia todos los días.
En contraposición a ésta perspectiva reduccionista que prima lo biológico, se ha considerado que, la menopausia como un proceso natural constituye una experiencia vital psico-social que es personal para cada mujer y diversa entre mujeres de diferentes culturas o procedencias. Ésta experiencia, marca el comienzo de una etapa que ocupa casi la tercera parte de la vida femenina, por lo que es fundamental que las mujeres disfruten de otras dimensiones de su vida sexual, amorosa, familiar y social con vivencias que para ellas sean significativas y enriquecedoras, como por ejemplo el poder ejercer un oficio que les guste, practicar un hobbie, un deporte, estudiar algo que les apasione o simplemente dedicar más tiempo ahora a sus amigos o amigas de lo que podían hacerlo antes, a su pareja, padres, hijos, nietos o al hogar si es su deseo; sin los afanes que exigirían en años previos de sus vidas necesidades y labores que requirieron de su dedicación, tales como la crianza, el cuidado de otras personas de su familia y/o la producción económica.
Además, la menopausia y sus efectos en la salud sexual, física y mental a corto, mediano y largo plazo, así como los cambios en su corporalidad ya descritos, involucra, en mayor o menor medida, y desde una experiencia individual y diferente en las mujeres posmenopáusicas, cargas relacionadas con el debilitamiento de su autoestima dados por sentimientos y actitudes de vergüenza, pena y frustración; especialmente en cuanto a su función sexual se refiere. Esta situación lleva a auto-discriminación y en algunas ocasiones a la búsqueda de ayuda en el profesional de la salud que le permita mitigar la incomprensión de que pueden ser objeto; la cual surge de sus relaciones personales, especialmente de su relación de pareja cuando se tiene; dado que en ocasiones, son los compañeros los que pueden tener expectativas sexuales y emocionales diferentes a las de las mujeres, quienes en la etapa de climaterio asignan diferentes escalas de valor a situaciones como las relaciones sexuales que para ellas podrían ya no ser tan importantes como lo era años atrás. Sin embargo el hecho de vivir en lo que Lafaurie (2011) llama una “”, profundamente consumista, donde se ha idealizado a la mujer como aquella que debe ser ante todo objeto de deseo, de trabajo y de maternidad, desplazando incluso proyectos de vida de crecimiento personal y profesional; hace que las mujeres posmenopáusicas puedan sentirse incomprendidas e incluso estigmatizadas; dado que en éste tipo de sociedad, las mujeres que no producen, no trabajan o no están al servicio de los hombres o de la familia la mayor parte del tiempo, suelen ser relegadas de las dinámicas sociales machistas y padecen poco a poco la transición a un segundo plano de sumisión y de .
Todo lo anterior conduce a que, el considerar entonces la menopausia desde una perspectiva meramente biológica, desconociendo los múltiples factores que influyen en esta etapa crucial de la vida de las mujeres como son los aspectos sociales, emocionales, relacionales y psicológicos que rodean la menopausia; nos lleve a afirmar que desde la ciencia médica actual que desarrolla este tema, es preponderante el paradigma biologista, marcadamente positivista y que se relaciona con lo que algunos autores denominan la “”, que consiste en comprender la noción de cuerpo a partir del sexo de las personas y de otros aspectos biológicos de las mismas (Lafaurie, 2011).
En contraposición al paradigma biologista, han surgido desde las ciencias sociales y de la salud, en los últimos años, movimientos y autores que pugnan por la comprensión de los fenómenos que atañen a la salud de las mujeres desde una visión holística, y no solamente desde la perspectiva biomédica. Uno de estos conceptos es el de Enfoque de la morbilidad femenina diferencial, que los doctores Valls Llobet y Banqué (2008) proponen como una alternativa conceptual que propende establecer un abordaje integral para el proceso de la menopausia (y para otras situaciones femeninas como cáncer de cérvix, mama, etc.) a las que se ven sometidas miles de mujeres alrededor del mundo y en las diferentes culturas, y que de alguna manera pueden ser motivo de sufrimiento e incomodad. Este concepto, es de aplicación mucho más pertinente cuando consideramos la situación de las mujeres que viven en los países en vía de desarrollo como el nuestro, en los que la dinámica social es convulsiva y fragmentaria, y acentúa la brecha entre mujeres ricas y pobres, así como el maltrato y la discriminación, en relación con las inequidades y desigualdades de .
Así, es oportuno recordar los conceptos sobre que acuña Valls-Llobet (2008) como:
[…] el conjunto de enfermedades, motivos de consulta o factores de riesgo que merecen una atención específica hacia las mujeres, sea porque sólo en ellas se pueden presentar dichos problemas, o porque éstos sean mucho más frecuentes en el sexo femenino.
De esta manera, se hace patente la necesidad de abordar la menopausia desde un enfoque de morbilidad femenina diferencial que permita atender las necesidades en salud de las mujeres desde una perspectiva de género (Charlton, 2004), direccionando la atención de los equipos interdisciplinarios, dando cuenta de la integralidad que se requiere para ir más allá del simple tratamiento sintomático biomédico de la condición (como las diferentes formas de terapias de reemplazo hormonal, tanto de origen natural como farmacológico). Con esto, se podría trascender hacia el empoderamiento de las mujeres, contribuyendo desde la academia para que sean ellas las que se involucren en su propia salud a través de la adopción de hábitos de vida saludables como la dieta sana y balanceada, el ejercicio físico, así como la promoción de la salud mental por medio de la recreación, la música, la lúdica, las artes, la reflexión y la ejecución de sus proyectos de vida personales a través de su profesión o de lo que simplemente les gusta hacer (Lafaurie, ).
Sin embargo, esto parece una tarea difícil de llevar a cabo mientras continuemos perpetuando los espacios y culturas androcéntricas en las que las mujeres no tienen tiempo para ocuparse de sí mismas, pues viven en función de otros, particularmente en contextos socioculturales como los países en desarrollo, donde la es imperante debido a que el acceso a los bienes económicos está aún asociado con las condiciones de género, lo que determina que las mujeres tengan menos acceso a los recursos materiales con respecto a los hombres y con ello, se vea reducida la posibilidad de tomar en sus manos las riendas de su propia salud (Lafaurie, 2011). Esta realidad requiere, entre otras cosas, un frente a la medicalización, que convierte los procesos fisiológicos de las mujeres en problemas médicos, lo que produce ganancias económicas que maximizan los grandes mercados farmacéuticos. Esto, sin más, convierte a las mujeres en blancos terapéuticos y de investigación, lo que perpetúa aún más la “cosificación” y el utilitarismo de lo femenino, característico de las inequidades y desigualdades de género de la sociedad, y a la par, del sistema de atención biomédico y en salud.
Por tanto, se hace necesario reflexionar sobre el paradigma biologista que impera en la práctica clínica occidental, enfocada en lo terapéutico, que es insuficiente para comprender las complejas realidades sociales y culturales que implica la vivencia del proceso de menopausia en las mujeres de países poco desarrollados. Desde esta óptica, la sexualidad es parte importante de la calidad de vida, un concepto que debiera ser la brújula del accionar de los profesionales de la salud, en el que debe imperar el entendimiento de la morbilidad femenina diferencial, e involucrar procesos de asesoría, consejería y tratamiento integral (psicología, nutrición, etc.) en el contexto de los problemas que afectan a la mujer.
Atendiendo a las diferentes consideraciones que señalan los autores expuestos en este artículo, sobre el proceso de menopausia y su efecto sobre la calidad de vida de las mujeres, cabe resaltar cómo un proceso natural y fisiológico es usualmente visto como un estado de morbilidad. Por tanto, surge la necesidad de trabajar sobre las condiciones sociales, culturales, económicas y de salud femenina que permitan brindar información a la mujer, fortaleciendo un grado de empoderamiento sobre los cambios que conlleva la edad y la mejor forma en la que ellas puedan dar solución a los cambios físicos y emocionales que se experimentan en la menopausia; dado que son muchas las mujeres que soportan los síntomas del climaterio por considerarlos propios del mártir femenino. Es éste un imaginario que hay que modificar de la mente de las mujeres, para que la posmenopausia no se convierta en un “complicación” médica ni psicológica y se logre una calidad de vida satisfactoria.
Por: Geobana Elizabeth Bayona Estupiñán[1] y Freddy Andrés Barrios Arroyave[2]
Referencias
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[1] Médica, especialista Salud ocupacional y Riesgos laborales. Estudiante de la Maestría en Salud Sexual y Reproductiva, Universidad El Bosque. Contacto: gbayonae@unbosque.edu.co
[2] Médico, especialista en Epidemiología. Estudiante de la Maestría en Salud Sexual y Reproductiva, Universidad El Bosque. Contacto: fbarriosa@unbosque.edu.co